Eco, El nombre de la rosa

“Yo al menos tengo una regla. Sé que son herejes los que ponen en peligro el orden que gobierna al pueblo de Dios. Y defiendo al imperio porque me asegura la vigencia de ese orden. Combato al papa porque está entregando el poder espiritual a los obispos de las ciudades, que se alían con los mercaderes y las corporaciones, y serán incapaces de mantener ese orden. Nosotros lo hemos mantenido durante siglos. Y en cuanto a los herejes, también tengo una regla, que se resume en la respuesta de Arnaldo Amalrico, abad de Citeaux, cuando le preguntaron qué había que hacer con los ciudadanos de Béziers, ciudad sospechosa de herejía: «Matadlos a todos; Dios reconocerá a los suyos».”