Kerouac, los vagabundos del karma

El delicado Francis DaPavia leyó, en delicadas páginas de papel cebolla amarillo, o rosa, que sostenía en sus largos y blancos dedos, unos poemas de su íntimo amigo Altman que había tomado demasiado peyote en Chihuahua (¿o murió de polio?), pero no leyó ninguno de sus propios poemas: una maravillosa elegía en memoria del joven poeta muerto capaz de arrancar lágrimas al Cervantes del Capítulo Siete, y leída con una delicada voz inglesa que me hizo llorar de risa para mis adentros aunque luego llegué a conocer mejor a Francis y me gustó