Los camellos, bien abrevados, salvaban cuatrocientos kilómetros en tres días, y, en caso de apuro, 170 en veinticuatro horas. (La célebre Gazzala de Lawrence había cubierto en una sola jornada, a solas con él, doscientos veintiocho kilómetros, y los efectuó no una, sino dos veces). Por lo tanto, no sería imposible atacar un punto próximo a Maan el lunes, otro vecino a Ammán el jueves, y otro contiguo a Dara el sábado, y levantar a las tribus para que colaborasen en cada expedición. Y los atacantes debían depender sólo de sus propios recursos, para evitar dilaciones y dependencia de los sistemas de suministro. No habría la disciplina usual ni la jerarquía militar de todos conocida. Cada hombre sería su propio general, decidido a combatir solo sin esperar órdenes ni la colaboración de sus compañeros. El honor sería el único contrato, y quien quisiera podría cobrar su paga y retirarse a su tienda cuando se le antojara, como hasta entonces habían hecho.