Reamde – Neal Stephenson

Era el momento, en otras palabras, de llamar a los empleados de ventas, llevar a Jones a almorzar, iniciar contactos personales, dar forma a su precepción del paisaje competitivo. Forjar una relación. Exactamente el tipo de trabajo para el que Richard siempre había encontrado un modo de excusarse, incluso cuando había en juego grandes cantidades de dinero.

Reamde – Neal Stephenson

Richard era, en el fondo, un tío que hacía cosas. Un granjero. Un fontanero. Un Barney. En lo que no era tan bueno era manipulando los estados internos de otros humanos, en lograr que hicieran las cosas a su modo, en que hicieran cosas por él. Su actitud básica hacia otros seres humanos era que podían irse todos a tomar por el culo y que no iba a malgastar ningún esfuerzo en cambiar la forma en que pensaban. Probablemente esto estaba anclado en una creencia que le había sido inculcada desde niño: que había una realidad objetiva, que toda la gente con la que merecía la pena hablar podía observar y comprender, y que no tenía sentido discutir sobre algo que podía ser observado y comprendido. Mientras te aseguraras de tratar exclusivamente con gente que tuviera inteligencia para ver y comprender esa realidad objetiva, no tenías que malgastar mucho tiempo hablando. Cuando una tormenta se dirigía hacia ti por la pradera, recogías la ropa tendida y cerrabas las ventanas. No era necesario tener una reunión para discutirlo. Los ejecutivos de ventas no tenían que intervenir.

Reamde – Neal Stephenson

Al hacerse con Lottery Dizcountz, un personaje de nivel comparativamente alto, Csongor había dejado atrás todas estas precauciones y por tanto se había expuesto al mundo en su plena complejidad, peligros y caprichos. Solo su larga experiencia como administrador de sistemas, enfrentándose a bizantinas instalaciones de software, había impedido que se hundiera en la desesperación y renunciara sin más. No es que los conocimientos y habilidades como administrador de sistemas fueran aplicables aquí. Lo importante era la pose psicológica

Reamde – Neal Stephenson

Hablaba un inglés con perfecto acento del Medio Oeste y disfrutaba mirándola de soslayo mientras lo hacía, saboreando su reacción: debía de ser un adoptado como ella, alguien que había sido criado en un lugar como Minneapolis pero que al contrario que ella había decidido regresar a su patria y dedicar su vida a la causa de la yihad global. Tenía metro ochenta de altura, la constitución de un galgo, la cara de un niño, y no necesitaba afeitarse. Un modelo de Benetton

Reamde – Neal Stephenson

—¿Esto es de verdad un bar de clase obrera o un simulacro? —preguntó Olivia. —Ambas cosas —dijo Richard—. Empezó siendo un verdadero simulacro, hace unos años, antes de que la economía se viniera a pique, cuando se puso de moda que los veinteañeros vinieran hasta aquí y vistieran con camisas de cuadros y utili kilts. Pero lo hicieron tan bien que pronto empezaron a llegar trabajadores de verdad. Y entonces la economía se hundió, y la gente guai descubrió que eran, de hecho, clase obrera, y probablemente lo serían siempre. Así que aquí hay gente que maneja tornos. Pero tienen Mohawks de colores y son licenciados, y programan los tornos

Reamde – Neal Stephenson

Por eso nunca quise trabajar en una compañía tecnológica. —¿Qué quieres decir? —Es una situación clásica de Dilbert donde los objetivos técnicos son emplazados por una dirección que técnicamente no tiene ni idea y que se ve impulsada por motivos inescrutables

Reamde – Neal Stephenson

Richard se obligó a volver a la conversación, porque el asunto con Peter lo preocupaba y su primer instinto con las cosas que le preocupaban era poner un muro a su alrededor, y luego esperar a que empeoraran lo bastante como para amenazar la estructura integral del muro y luego, finalmente, coger un martillo.

Zodiac – Neal Stephenson

No me gustan las máquinas de coser. No entiendo cómo una aguja con un hilo enhebrado en la punta puede entrelazar el hilo introduciéndose en una pequeña maldita canilla. Es contrario a la naturaleza y me irrita

Zodiac – Neal Stephenson

Llevamos de paseo a los jóvenes mientras las empresas de productos químicos despiden a sus padres cancerosos y tarde o temprano los jóvenes deciden por sí solos quiénes son los buenos

Zodiac – Neal Stephenson

Has leído La tragedia de los prados comunitarios? —Sobre el medio ambiente, sí. —Cualquier propiedad abierta al público acaba destruida. Porque todos tienen el incentivo de usarla al máximo pero nadie tiene el incentivo de conservarla. Como el agua y el aire. Esos tipos tienen el incentivo de contaminar el océano pero ninguna razón para limpiarlo. Es lo mismo

Zodiac – Neal Stephenson

Si son realmente buenos, no me atosigan; me dejan pasear de un lado a otro y pensar. Los empleados de ferretería jóvenes son muy presuntuosos. Creen que te pueden ayudar a encontrarlo todo y mientras tanto hacen un montón de preguntas estúpidas. Los empleados viejos han aprendido a fondo que en una ferretería no se compra nada para su empleo nominal. Se compra algo diseñado para hacer una cosa y se usa para otra.

Zodiac – Neal Stephenson

Tom me siguió por Allston-Brighton hasta mi casa. Tuve que ir despacio porque elegí mi ruta de guerrilla, la que sigo cuando me imagino que todos los conductores de coche me siguen la pista. Mi actitud nocturna es que cualquiera puede atropellarme con impunidad. ¿Por qué dar a un borracho ocasión de aplastarme contra un coche? Es por esto que no tengo siquiera un faro en la bici ni uno de esos horribles trajes luminosos. Porque si te colocas en la posición de que alguien tiene que verte para que estés seguro —verte y no importarle un cojón—ya estás perdido

Zodiac – Neal Stephenson

Yo tomé pavo con verduras y una cerveza Singha de Tailandia. Solía hacer esto: pedir cervezas mexicanas en locales mexicanos y asiáticas en antros asiáticos. Un día Debbie, Bart y yo nos sentamos una tarde calurosa y ella administró un control de sabor de doce marcas importadas diferentes. Fue una prueba doblemente ciega —cuando hubimos terminado, los dos estábamos ciegos—, pero concluimos que no existía ninguna diferencia. La cerveza barata era cerveza barata. No hacía falta pagar un dólar extra por la autenticidad. Además, un montón de esas cervezas baratas importadas obtenían el veto en la prueba de sabor. Las odiábamos.

Zodiac – Neal Stephenson

Los agentes de publicidad que trabajaban para los Bastardos Suizos recibían el anticuado término de “autoridades”, en lugar del más nuevo y más sexy “fuentes”

Zodiac – Neal Stephenson

Los agentes de publicidad que trabajaban para los Bastardos Suizos recibían el anticuado término de “autoridades”, en lugar del más nuevo y más sexy “fuentes”

El ladrón de meriendas – Andrea Camilleri

No hay ninguna mujer siciliana de cualquier clase social, aristócrata o plebeya, que, cumplidos los cincuenta, no se espere siempre lo peor

Mientras esperaba, Augello cogió el periódico del comisario y se puso a leer. Llegaron los espaguetis cuando, por suerte, Montalbano ya se había terminado la merluza, y se puso a observar cómo Mimì espolvoreaba abundantemente su plato con queso parmesano. ¡Qué barbaridad! ¡Hasta a una hiena, que es una hiena y se alimenta de carroña, se le hubiera revuelto el estómago ante la sola idea de un plato de espaguetis con almejas y queso parmesano por encima

Las afinidades electivas eran un juego tan tosco como las circunlocuciones insondables de la sangre, capaz de otorgar peso, cuerpo y aliento a la memoria

Montalbano pensó con amargura que le esperaban años muy negros, sobreviviendo gracias a la sangre de Catarella y alimentándose con papilla de sémola

Un mes con Montalbano – Andrea Camilleri

inquilinos abandonaban en los lugares comunes, como rellano y escaleras, cochecitos de niño, bicicletas y motocicletas que impedían el paso. Su desilusión fue enorme

¡NO ABUSEN DE LOS LUGARES COMUNES! Se precipitó a la garita y le expresó al portero su completa solidaridad. El hombre, perplejo, le dijo que lo habían obligado a poner el cartel porque los

No había ningún cine y en la librería sólo vendían cuadernos. Y además, por esa misma coyuntura (o conjura) meteorológica, los dos canales de televisión que entonces había sólo enviaban imágenes de ectoplasmas

no eran gente hosca, sólo que no daban confianza, saludaban a duras penas, eran callados

Todo lo que pensó Montalbano en ese momento fue: «Ahora me matan y adiós pulpos»

Como Montalbano era como era, en cuanto bajó del coche cama que lo había llevado a Trieste, empezó a resonar en su interior un poema en dialecto de Virgilio Giotti. Sin embargo, enseguida lo borró de la cabeza: allí, en el lugar donde había nacido, su dicción siciliana habría parecido una ofensa, si no un sacrilegio.

Sólo sé una cosa —lo interrumpió Montalbano—, y es que no quisiera tenerlo a usted como enemigo