La literatura ofrece la impresión de que toda aldea nuer de épocas precoloniales poseía una zona de penumbra en la que habitaban individuos que llamaríamos «extremados»; individuos cuya definición, en nuestra propia sociedad, oscilaría entre muy excéntricos o desafiantemente extraños, hasta neurodivergentes o enfermos mentales. Por norma general se trataba a los profetas con un respeto no exento de perplejidad.