En medio de la noche veraniega comenzó a soplar un invierno antiquísimo. Al principio solo fue una brisa fría, el olor estimulante de la nieve; luego llegó el sonido: el fragor de una tormenta. Después, la sensación, el toque gélido en el rostro de un copo de nieve procedente de un tiempo perdido diez mil años antes, eternamente olvidado. Los copos llegaban desde el otro mundo como pétalos helados que el húmedo calor de la noche de agosto destruía al instante