Du Maurier, La posada de Jamaica

En Nochebuena, cuando Mary vino por aquí, el viento había azotado enconadamente las ruedas del carruaje y la lluvia golpeaba las ventanillas. Ahora el aire era todavía frío y extrañamente quieto, y el marjal descansaba plácidamente a la plateada luz de la luna. Los sombríos tormos elevaban sus dormidos rostros hacia el cielo, y sus facciones de granito aparecían suavizadas y pulidas por la luz que las bañaba. Reinaba la tranquilidad, y los antiguos dioses dormían sin ser turbados