—Ahora está lejos de mí —explicó—. No sé por cuánto tiempo. Lo vi al pie del roble. Es un camino hundido. Me refiero al roble. Un lugar donde hay visiones. Ya sabe, un lugar desde el que se ve el otro mundo. Así que, claro, él no pertenece a nuestro mundo. Estaba muy malherido. Debió de vivir hace siglos. Las cornejas intentaban llegar a él, pero las espanté. Convertí ese lugar en la Tierra del Espíritu del Ave, y eso las habrá enfurecido. Pero luego vinieron las viejas. Me parece que no son las figuras encapuchadas y enmascaradas que rondan el bosque. Esas son mitagos. Aquellas viejas formaban parte de la visión. Vinieron y se lo llevaron en un carro horrible lleno de cabezas, brazos y piernas colgados. Creí que iban a despedazarlo, pero resultó que eran amigas suyas. Quemaron su cuerpo en una pira. Su espíritu no, claro. Su espíritu se habrá ido a través de su propio camino hundido y puedo ir a buscarlo. Pero entonces… salió una mujer. Vino del bosque, toda pintada de arcilla y gritando. Cabalgó alrededor de las llamas. Estaba muy triste, así que seguramente era su amada, en cuyo caso ¿quién soy yo? ¿Qué soy yo? No puede tener dos amadas. Eso no estaría bien. Y, mientras estaba pensando en eso, el camino hundido se cerró y el árbol volvió a ser un árbol. Pero sentí que tenía que cantar para él, para hacerle saber que quiero amarlo un día, pero que todavía soy muy pequeña para seguirlo. Además, mi hermano Harry está en el bosque, y he prometido que iré a buscarlo también a él. Pero no puedo buscarlos a los dos, así que no sé qué hacer…
Se secó las lágrimas y respiró hondo, y miró al señor Williams, que seguía sentado en un silencio perplejo y absoluto. Los granjeros que lo rodeaban la miraban atónitos.
Por fin, con un arqueo ligerísimo de cejas, el señor Williams tomó aliento y dijo, en voz muy baja:
—Bueno, claro, eso lo explica todo.