Silverberg, Gilgamesh rey

— Ve con cuidado, Sursunabu -dijo Siduri-. Se toma a mal las negativas. Su carácter es fiero, y siente un inmenso amor hacia sí mismo.
Me volví hacia ella, con la boca abierta. -¿Qué estás diciendo?
Sonrió. Pareció una sonrisa tierna, en absoluto burlona. Respondió:
— Sólo tú, entre toda la humanidad, te enfureces cuando consideras tu propia muerte. ¿Qué es eso sino amor hacia sí mismo, Gilgamesh? Lloras tu propia posibilidad de morir. Lloras más profundamente por ti mismo de lo que lo hayas hecho nunca por ese amigo tuyo que murió.
Me sentí desconcertado, tanto por la brutal sinceridad de sus palabras como por el pensamiento de que tal vez hubiera razón en ellas. La miré parpadeando; luché por replicar. Pero no pude hallar ninguna respuesta.