En consecuencia, cuando sucedían grandes calamidades o acontecimientos sin precedentes —una plaga, una invasión extranjera— era en esta penumbra donde todo el mundo buscaba al líder carismático apropiado para la ocasión. Era así que de repente hallaban que una persona que de otro modo habría pasado toda la vida siendo algo similar al tonto del pueblo poseía notables poderes de previsión y persuasión; incluso era capaz de inspirar nuevos movimientos sociales entre los jóvenes o de coordinar a los adultos del País Nuer para que dejasen de lado sus diferencias y se movilizasen por un objetivo común; a veces, incluso, proponían visiones totalmente diferentes de cómo debía ser la sociedad nuer.
Graeber&Wengrow, El amanecer de todo
La literatura ofrece la impresión de que toda aldea nuer de épocas precoloniales poseía una zona de penumbra en la que habitaban individuos que llamaríamos «extremados»; individuos cuya definición, en nuestra propia sociedad, oscilaría entre muy excéntricos o desafiantemente extraños, hasta neurodivergentes o enfermos mentales. Por norma general se trataba a los profetas con un respeto no exento de perplejidad.
Graeber&Wengrow, El amanecer de todo
En realidad, ya hemos dado un primer paso. Nos resulta más fácil ver, ahora, qué pasa cuando un estudio que es riguroso en todos los demás aspectos comienza por la idea no puesta a prueba de que hubo alguna forma original de sociedad humana; que su naturaleza era fundamentalmente buena o mala; que existió una época anterior a la desigualdad y a la conciencia política; que algo pareció cambiar todo esto; que civilización y complejidad siempre vienen al precio de las libertades humanas; que la democracia participativa es natural en grupos pequeños pero no puede darse a las escalas de una ciudad o un Estado-nación.
Ahora sabemos que estamos en presencia de mitos