El ladrón de meriendas – Andrea Camilleri

No hay ninguna mujer siciliana de cualquier clase social, aristócrata o plebeya, que, cumplidos los cincuenta, no se espere siempre lo peor

Mientras esperaba, Augello cogió el periódico del comisario y se puso a leer. Llegaron los espaguetis cuando, por suerte, Montalbano ya se había terminado la merluza, y se puso a observar cómo Mimì espolvoreaba abundantemente su plato con queso parmesano. ¡Qué barbaridad! ¡Hasta a una hiena, que es una hiena y se alimenta de carroña, se le hubiera revuelto el estómago ante la sola idea de un plato de espaguetis con almejas y queso parmesano por encima

Las afinidades electivas eran un juego tan tosco como las circunlocuciones insondables de la sangre, capaz de otorgar peso, cuerpo y aliento a la memoria

Montalbano pensó con amargura que le esperaban años muy negros, sobreviviendo gracias a la sangre de Catarella y alimentándose con papilla de sémola