Un mes con Montalbano – Andrea Camilleri

inquilinos abandonaban en los lugares comunes, como rellano y escaleras, cochecitos de niño, bicicletas y motocicletas que impedían el paso. Su desilusión fue enorme

¡NO ABUSEN DE LOS LUGARES COMUNES! Se precipitó a la garita y le expresó al portero su completa solidaridad. El hombre, perplejo, le dijo que lo habían obligado a poner el cartel porque los

No había ningún cine y en la librería sólo vendían cuadernos. Y además, por esa misma coyuntura (o conjura) meteorológica, los dos canales de televisión que entonces había sólo enviaban imágenes de ectoplasmas

no eran gente hosca, sólo que no daban confianza, saludaban a duras penas, eran callados

Todo lo que pensó Montalbano en ese momento fue: «Ahora me matan y adiós pulpos»

Como Montalbano era como era, en cuanto bajó del coche cama que lo había llevado a Trieste, empezó a resonar en su interior un poema en dialecto de Virgilio Giotti. Sin embargo, enseguida lo borró de la cabeza: allí, en el lugar donde había nacido, su dicción siciliana habría parecido una ofensa, si no un sacrilegio.

Sólo sé una cosa —lo interrumpió Montalbano—, y es que no quisiera tenerlo a usted como enemigo