Graves, Siete dias en Nueva Creta

La maestra estaba instalada en una silla con respaldo alto; a un lado tenía el hogar de fuego, lleno de flores estivales, y al otro una estatua esculpida y pintada de la diosa Mari, con vestidura blanca y capa azul. La diosa le daba el pecho a un niño rubio de ojos azules sosteniéndolo con el brazo derecho, y a otro niño de cabello oscuro y ojos marrones que sostenía con el izquierdo; sobre su hombro aparecían la cabeza y las manos de una vieja hechicera llena de arrugas; una niña de unos doce años se acurrucaba en su falda. Llevaba los pechos descubiertos; en la mano izquierda aguantaba una serpiente y en la derecha una manzana cortada al través, y sobre su cabello amarillo había una pequeña corona de estrellas. La hechicera llevaba un casquete cónico como el que llevaba Sally en mi evocación; la niña llevaba una guirnalda de flores y sostenía un arco con flechas.