Graves, La diosa blanca

“Lo que más me interesa en el desarrollo de este estudio es la diferencia que aparece constantemente entre el método de pensamiento poético y el prosaico. El método prosaico fue inventado por los griegos de la época clásica, como una garantía contra el entorpecimiento de la razón por la fantasía mitográfica. Ahora se ha convertido en el único medio legítimo de transmitir el conocimiento útil. Y en Inglaterra, como en la mayoría de los otros países mercantiles, la opinión popular corriente es que la «música» y la dicción anticuada son las únicas características de la poesía que la distinguen de la prosa: que cada poema tiene, o debería tener, un significado preciso equivalente en prosa. Como consecuencia, la facultad poética se atrofia en todas las personas cultas que no se esfuerzan privadamente por cultivarla, de una manera muy parecida a como la facultad de comprender las ilustraciones se atrofia en el árabe beduino. (T.E. Lawrence mostró en una ocasión a los miembros de un clan un dibujo, hecho con lápices de colores, que representaba a su jeque. Se lopasaron de mano en mano, pero el que más se acercó a sospechar lo que representaba fue un hombre que tomó el pie del jeque por el cuerno de un búfalo.) Y de la incapacidad para pensar poéticamente -para resolver el lenguaje en sus imágenes y ritmos originales y volver a combinarlos en varios planos de pensamiento simultáneos en un sentido múltiple-se deriva la imposibilidad de pensar claramente en prosa. En prosa se piensa en sólo un plano al mismo tiempo, y ninguna combinación de palabras necesita contener más de un solo sentido; sin embargo, las imágenes residentes en las palabras deben relacionarse firmemente si el pasaje ha de producir algún efecto. Se olvida esta sencilla necesidad y lo que pasa hoy día por simple prosa consiste en ensartar mecánicamente grupos de palabras estereotipadas sin tener en cuenta las imágenes contenidas en ellas. El estilo mecánico, que comenzó en las oficinas, se ha infiltrado en la universidad y algunos de sus ejemplos más zombiescos se dan en las obras de eruditos y teólogos eminentes Declaraciones mitográficas que son completamente razonables para los pocos poetas que todavía pueden pensar y hablar en taquigrafía poética les parecen disparatadas o pueriles a casi todos los hombres de letras. Afirmaciones como, por ejemplo, «Mercurio inventó el alfabeto después de observar el vuelo de las grullas», o «Menor ab Teirgwaedd vio que tres varillas de fresno salían de la boca de Einigan Fawr con conocimientos y ciencia de todas clases escritos en ellas». Lo mejor que los doctos han dicho hasta el presente acerca de los poemas de Gwion es que son «disparatados y sublimes» y nunca han puesto en duda la suposición de que él, sus colegas y su público eran personas de inteligencia mal desarrollada o indisciplinada. Lo gracioso es que cuanto más prosaica es la mentalidad de un erudito, tanto más capaz se le supone de interpretar el antiguo significado poético y. que ningún docto se atreve a erigirse en autoridad en más de un tema limitado por temor a incurrir en la aversión Y el recelo de sus colegas. Conocer bien solamente una cosa es poseer una inteligencia inculta: la civilización implica la relación natural de todas las variedades de la experiencia con un sistema de pensamiento humano central. La época actual es peculiarmente bárbara: presentad, por ejemplo, un erudito en hebreo a un ictiólogo o a una autoridad en nombres de lugares daneses y los dos no encontrarán otro tema común de conversación que el estado del tiempo o la guerra (si da la casualidad de que hay una guerra en ese momento, lo que es habitual en esta época de barbarie). Pero el hecho de que sean bárbaros tantos hombres doctos no tiene mucha importancia si unos pocos de ellos están dispuestos a ayudar con sus conocimientos especializados a los pocos pensadores independientes, es decir, a los poetas, que tratan de mantener viva la civilización. El erudito es un cantero, no un constructor, y lo único que se le exige es que explote bien la cantera. Es la garantía de que el poeta no incurrirá en errores respecto de los hechos. Es bastante fácil que el poeta, en este mundo moderno tan desesperadamente revuelto e inexacto, incurra en una etimología falsa, un anacronismo o un absurdo matemático al tratar de ser lo que no es. Su función es la verdad, en tanto que la del erudito es el hecho. El hecho no debe ser negado; se puede decir que el hecho es un tribuno del pueblo sin poder legislativo, y sólo con el derecho de veto. El hecho no es la verdad, pero el poeta que contraviene voluntariamente el hecho no puede alcanzar la verdad”

Wittgenstein habla de Frazer

Lógicamente, desde el marxismo no se habla de Frazer. Tiene que ser desde otras posiciones.

Tambien Graves en La Diosa Blanca cita en abundancia a Frazer. Un hilo conductor, del s.XIX al renacimiento de la Diosa.

Unas palabras, y pasa de la lista de futuribles, a la siguiente de la pila…

La diosa blanca – Robert Graves

La vida social inglesa se basaba en la agricultura, la ganadería y la caza, y no en la industria, y el Tema seguía estando implícito en todas partes en la celebración popular de los festivales, que ahora recibían los nombres de Candelaria, Día de la Anunciación, Primero de Mayo, Día de San Juan, Primero de Agosto, Sanmiguelada, Día de Todos los Santos y Navidad;

Lawrence, los siete ..

Nosotros, los ingleses que llevábamos años viviendo entre extranjeros, íbamos siempre revestidos del orgullo de nuestro añorado país, aquella extraña entidad de la que no formaban parte sus habitantes, porque quienes más aman a Inglaterra generalmente son quienes menos aman a los ingleses.

Lawrence, los siete…

La invalidez del pobre jerife Aid, que sin embargo seguía siendo el líder nominal, me obligó a asumir yo mismo la dirección, en contra tanto de los principios como del sentido común, ya que el arte especial de la conducción tribal, así como los detalles de los altos para comer y pastar, las rutas, las pagas, las disputas, el reparto del botín, las vendettas y el orden de marcha eran por entero ajenos al programa de estudios de la Facultad de Historia Moderna de Oxford. La necesidad de improvisar estas materias me tuvo demasiado ocupado como para poder contemplar el paisaje, y evitó que tuviera que preocuparme por el modo como asaltaríamos Mudowwara, o por el modo más sorpresivo de usar los explosivos.

Lawrence, los siete pilares de la sabiduria

Mi ingenio, enemigo de lo abstracto, se refugió de nuevo en Arabia. Traducido al árabe, el factor algebraico debía tomar ante todo en cuenta el área que queríamos liberar, y empecé ociosamente a calcular las millas cuadradas: sesenta, ochenta, cien, tal vez ciento cuarenta mil millas cuadradas. ¿Cómo podrían los turcos defender aquello? Sin lugar a dudas mediante una línea de trincheras de lado a lado, si avanzábamos sobre ellos a bandera desplegada; pero supongamos que fuéramos (como muy bien podríamos serlo) una influencia, una idea, algo intangible, invulnerable, sin frente ni retaguardia, que se extiende por todas partes como un gas. Los ejércitos son como las plantas, inmóviles, firmemente arraigadas, nutridas por largos troncos conectados con la cabeza. Nosotros, en cambio, podíamos ser un vapor, que se difundiera allí donde deseáramos. Nuestros reinos estaban en la cabeza de cada hombre; y puesto que no necesitábamos nada material para seguir viviendo, no ofrecíamos nada material a la destrucción. Un soldado resulta inútil sin un blanco, pues posee sólo el suelo que pisa y subyuga únicamente lo que puede apuntar con su rifle. Imaginé entonces cuántos hombres necesitarían asentar en todo este territorio para salvarlo de un ataque en profundidad, si la sedición alzara su cabeza en cada espacio inocupado de aquellas ciento cuarenta mil millas. Conocía al ejército turco con exactitud, y aun contando con la extensividad que le proporcionaban los aeroplanos, los cañones y los trenes blindados (que estrechaban la amplitud del campo de batalla), seguía pareciéndome que necesitarían establecer un puesto fortificado cada cuatro millas cuadradas, y cada puesto no podía contar con menos de veinte hombres. De ser así, se requerirían seiscientos mil hombres para hacer frente a la enemiga de todos los pueblos árabes, combinada con el hostigamiento activo de unos cuantos incondicionales. ¿Con cuántos de éstos podíamos contar? En ese momento contábamos con cincuenta mil casi; suficientes para el caso. Sin duda alguna los elementos clave para este tipo de guerra estaban de nuestro lado. Si utilizábamos bien nuestros materiales brutos, el clima, el ferrocarril, el desierto y las armas técnicas, se pondrían de nuestro lado. Los turcos eran estúpidos, los alemanes que estaban tras de ellos, dogmáticos. Creerían que la rebelión tenía un carácter tan absoluto como la guerra, y la abordarían de modo análogo a la guerra. La analogía en los seres humanos es un disparate, habitualmente; y emplear la guerra contra una rebelión era lento y confuso, como comer sopa con un cuchillo. Ya había bastante de lo concreto; así que aparté la mente del elemento matemático, y me sumergí en la naturaleza del factor biológico. Su crisis parecía ser el punto de ruptura, de vida y muerte, o con menor radicalidad, el punto donde se produce el desgaste. Los filósofos de la guerra habían hecho todo un arte de ello, y habían elevado un hecho, la «efusión de sangre», a las alturas de algo esencial, que devenía humanidad en la batalla, un acto que alcanzaba cada una de las partes de nuestro ser corporal. Una línea de variación. El hombre, al persistir como una levadura a través de todos los cálculos, hacía que éstos resultaran irregulares. Los componentes eran sensitivos e ilógicos, y los generales se resguardaban mediante el artificio de la reserva, el medio más significativo de su arte. Goltz había dicho que si pudiera conocer la fuerza del enemigo, y éste se hallara plenamente desplegado, se podría prescindir de la reserva; pero esto nunca ocurre. La posibilidad de un accidente, de algún desperfecto en los materiales, está siempre presente en la cabeza del general, y con ello, inconscientemente, la reserva. El elemento «sentido» en las tropas, no expresable en cifras, debía ser estimado mediante algo equivalente a la docsá de Platón, y el mayor y más grande jefe militar es aquel cuyas intuiciones se acercan más a lo que ocurre. El noventa por ciento de las tácticas son enseñables en las escuelas; pero el diez por ciento irracional es como un martín pescador que sobrevuela instantáneo una charca, y ahí radica la prueba de fuego de los generales. Sólo el instinto puede funcionar aquí (agudizado por la práctica) hasta que en el momento de crisis se manifiesta de modo natural, reflejo. Hay hombres cuya docsá se acerca de tal modo a la perfección que llega a alcanzar casi la certeza de la episteme. Los griegos hubieran llamado a esa genialidad del mando noesis, de haberse molestado en racionalizar la rebelión. Mi espíritu retrocedió para aplicar todo esto a nuestra propia lucha, y de inmediato supe que no se limitaba sólo a los hombres, sino que afectaba también a los materiales. En Turquía las cosas eran escasas y preciosas, y los hombres se estimaban menos que el material de equipamiento. Nuestra meta habría de ser destruir, no al ejército turco, sino sus materiales. La muerte de un puente o una vía férrea turcos, o de cualquier máquina o cañón o carga de explosivos, nos era más provechosa que la muerte de un turco. En el ejército árabe, en cambio, andábamos escasos por el momento tanto de hombres como de materiales. Los gobiernos ven a los hombres sólo en cuanto masa; pero nuestros hombres, al ser irregulares, no eran tanto formación como individuos. La muerte de un individuo, como una piedra arrojada al agua, puede no producir más que un agujero momentáneo, sin embargo, a partir de él se expandían ondas concéntricas de pesar. No podíamos permitirnos bajas.

Lawrence. Los siete pilares de la sabiduria

“Perdieron su sentimiento geográfico y su memoria racial, política e histórica; pero se aferraron aún con mayor fuerza a su lengua, y la erigieron casi en su propia y real patria. El primer deber de todo musulmán era estudiar el Corán, el libro sagrado del Islam, y casualmente el más grande monumento literario árabe”

H.Miller. Tropico de Capricornio

Me preguntó inocentemente qué me había llevado a su casa, entonces… y sin vacilar ni un instante le conté una mentira asombrosa, mentira que más adelante iba a resultar una gran verdad. Le dije que simplemente fingía vender enciclopedias para conocer a gente y escribir sobre ella. Eso le interesó enormemente, más incluso que la enciclopedia. Quería saber qué escribiría sobre él, si podía decirlo. He tardado veinte años en dar una respuesta, pero aquí va. Si todavía le gustaría saber, Fulano de Tal de la ciudad de Bayonne, ésta es: le debo mucho a usted porque después de esa mentira abandoné su casa e hice pedazos el prospecto que me habían facilitado en la Enciclopedia Británica y lo tiré al arroyo. Me dije: «Nunca más me presentaré ante la gente con pretextos falsos, ni siquiera para darles la Sagrada Biblia. Nunca más venderé nada, aunque tenga que morirme de hambre. Me voy a casa ahora y me sentaré a escribir realmente sobre la gente. Y si alguien llama a mi puerta para venderme algo, le invitaré a pasar y le diré: “¿Por qué se dedica usted a esto?” Y si dice que es porque tiene que ganarse la vida, le ofreceré el dinero que tenga y le pediré una vez más que piense en lo que está haciendo. Quiero impedir que el mayor número posible de hombres finjan tener que hacer esto o lo otro porque tienen que ganarse la vida. No es verdad. Uno puede morirse de hambre… es mucho mejor. Cada hombre que se muere de hambre voluntariamente contribuye a interrumpir el proceso automático. Preferiría ver a un hombre coger una pistola y matar a su vecino para conseguir la comida que necesita que mantener el proceso automático fingiendo que tiene que ganarse la vida.» Eso es lo que quería decir, señor Fulano de Tal.

H.Miller, Tropico de Capricornio

La razón por la que tienes que ponerte un uniforme y matar a hombres que no conoces, simplemente para conseguir un mendrugo de pan, es un misterio para mí. En eso es en lo que pienso, más que en la boca que se lo traga o en lo que cuesta. ¿Por qué cojones ha de importarme lo que cuesta una cosa? Estoy aquí para vivir, no para calcular. Y eso es precisamente lo que los cabrones no quieren que hagas: ¡vivir! Quieren que te pases la vida sumando cifras. Eso tiene sentido para ellos. Eso es razonable. Eso es inteligente. Si yo estuviera al timón, tal vez las cosas no estuviesen tan ordenadas, pero todo sería más alegre, ¡qué hostia! No habría que cagarse en los pantalones por nimiedades. Quizá no hubiera calles pavimentadas ni cachivaches de miles de millones de variedades, tal vez no hubiese siquiera cristales en las ventanas, puede que hubiera que dormir en el suelo, quizá no hubiese cocina francesa ni cocina italiana ni cocina china, tal vez las personas se mataran unas a otras cuando se les acabase la paciencia y puede que nadie se lo impidiera porque no habría ni cárceles ni polis ni jueces, y por supuesto no habría ministros ni legislaturas porque no habría leyes de los cojones que obedecer o desobedecer, y quizá se tardara meses y años en ir de un lugar a otro, pero no se necesitaría un visado ni un pasaporte ni un carnet de identidad porque no estaría uno registrado en ninguna parte ni llevaría un número y, si quisieses cambiar de nombre cada semana, podrías hacerlo, porque daría lo mismo, dado que no poseerías nada que no pudieras llevar contigo y, ¿para qué ibas a querer poseer nada, si todo sería gratuito

H. Miller, Tropico de Capricornio

Me quedo sentado en el porche una hora más o menos, soñando despierto. Llego a las mismas conclusiones a que llego siempre, cuando dispongo de un minuto para pensar. O bien debo ir a casa inmediatamente para empezar a escribir o debo huir y empezar una nueva vida. La idea de empezar un libro me aterroriza: hay tanto que decir, que no sé dónde o cómo empezar. La idea de huir y empezar de nuevo es igualmente aterradora; significa trabajar como un negro para subsistir. Para un hombre de mi temperamento, siendo el mundo como es, no hay la más mínima esperanza ni solución. Aun cuando pudiera escribir el libro que quiero escribir, nadie lo aceptaría: conozco a mis compatriotas demasiado bien. Aun cuando pudiese empezar de nuevo, sería inútil, fundamentalmente porque no deseo trabajar ni llegar a ser un miembro útil de la sociedad.

Los siete pilares de la sabiduría – T.E. Lawrence

Todos los hombres sueñan, pero no todos lo hacen del mismo modo. Aquellos que sueñan de noche en las polvorientas recámaras de sus mentes se despiertan de día para darse cuenta de que todo era vanidad, pero los soñadores despiertos son peligrosos, ya que ejecutan sus sueños con los ojos abiertos, para hacerlos posibles. Esto fue lo que hicimos.

La muerte de Arturo – Mallory, Sir Thomas

Entonces los comunes de Caerleón se alzaron con palos y estacas y mataron a muchos caballeros; pero todos los reyes se tuvieron juntos con los caballeros que les quedaban vivos, y huyeron y partieron. Y fue Merlín a Arturo, y le aconsejó que no los persiguiese más

Frankenstein o el moderno Prometeo – Mary W. Shelley

El ser humano que vive en la perfección debe conservar siempre un espíritu calmo y pacífico, y jamás permitirá que la pasión o un deseo transitorio perturben su tranquilidad. No creo que la persecución del conocimiento represente una excepción a esta regla. Si el estudio al cual uno se aplica muestra cierta tendencia a debilitar los afectos, y a destruir el gusto por esos sencillos placeres con los cuales no es posible combinar otras cosas, puede afirmarse con certeza que este estudio es contrario a la ley: es decir, inarmónico con la mente humana. Si siempre se observase esta regla, y nadie permitiese que una actividad viniera a perjudicar la tranquilidad de sus afectos domésticos, Grecia no habría sido esclavizada; César no se habría impuesto a su propio país; América habría sido descubierta más gradualmente, y los imperios de México y Perú no habrían sido destruidos.

Frankenstein o el moderno Prometeo – Mary W. Shelley

Aprenda de mí, si no de mis palabras, por lo menos de mi ejemplo, cuál peligrosa es la adquisición del conocimiento, y cuánto más feliz es el hombre que cree que su ciudad natal es el mundo, que aquel que aspira a ser más grande de lo que admite su propia naturaleza.

Frankenstein o el moderno Prometeo – Mary W. Shelley

. Los hindúes afirman que el mundo descansa sobre un elefante, pero que éste se encuentra sobre una tortuga. Debe reconocerse humildemente que la invención no consiste en crear de la nada, sino del caos; en principio, debe contarse con los materiales: la creación puede dar forma a las sustancias oscuras e informes, pero no puede crear la sustancia misma. En todas las cuestiones que se refieren al

Walden, la vida en los bosques – Henry David Thoreau

El invierno siguiente, y por economía, me serví de un pequeño fogón para cocinar pues, el bosque, al fin y al cabo no era mío; sin embargo, no conservaba el fuego tan bien como el hogar abierto. Entonces, el cocinar había dejado de ser ya un lance poético para convertirse en simple proceso químico. En estos días de hornillo y demás, pronto se olvidará que solíamos asar patatas en las cenizas, a la manera de los indios